viernes, 1 de febrero de 2013

PROYECTO 72



Iba deprisa, caminando impaciente por los blancos pasillos mientras sus zapatos de piel repicaban con ese sonido seco, como de claqué que tanto le gustaba. No se había cruzado con nadie desde que había entrado en el pabellón de laboratorios y, aunque era muy temprano, aquello le extrañó teniendo en cuenta la importancia de lo que se estaba cociendo allí en ese momento. Su respiración no estaba acelerada pero se dio el lujo de respirar hondo y exhalar ruidosamente dado que nadie le veía y no le harían preguntas incómodas como “¿te pasa algo? ¿Estás nervioso Megía?”



“No estoy nervioso” pensó “estoy irritado”.

Se negaba la verdad porque realmente sí que estaba nervioso, aunque no lo admitiría para otros y ni siquiera para sí mismo. Tenía demasiado orgullo incluso en sus propios pensamientos y su cuerpo no ayudaba demasiado a medrarlo: no aparentaba más de treinta y cinco años, era un hombre alto, atractivo y con buen porte... Y era muy consciente de ello.

El traje que llevaba estaba hecho a medida con viscosa polimérica con apariencia de seda, y lo vestía con entusiasmo y altanería porque le quedaba como un guante, realzaba su figura y sus exhaustivamente trabajados músculos. Pómulos altos, pelo negro, ojos fríos de un azul acerado… Era un hombre imponente, no cabía duda, y se veía en la obligación de hacérselo notar a los demás. Se había criado como ganadero pero su auténtica profesión le había aportado tal estilo y elegancia que cualquiera que no usara un traje habitualmente le parecía un mequetrefe.

Iba decidido, con una mano en el bolsillo y cierta apostura relajada en el marco de su altivez. Nada dejaba notar sus nervios y ni siquiera apretaba la mandíbula, una fea costumbre que antaño le salía cuando estaba enfadado o nervioso, y que se había quitado hacía tiempo a base de mucha concentración y disciplina. Trataba de pensar en positivo cosas que le ayudaran a relajarse pero por ahora el sonido de sus zapatos era lo único bueno con lo que podía contar.

No deseaba estar allí, pero no tenía más remedio. Todo aquel asunto le ponía los pelos de punta, y en su interior la vocecita de su sumisión le decía que no debía involucrarse más allá de lo que le habían impuesto por mucho que le disgustara.

“Al menos será una niña” pensó.

Hacía varios meses que le habían pedido el esperma y entonces no hizo preguntas. Nunca hacía preguntas sobre el futuro de su esperma. Pero cuando Jehovah Border anormalmente contento le palmeó el hombro durante la fiesta de Navidad y le dijo que su materia prima era de lujo, él no pudo por menos que echarse a temblar. Donar esperma no le molestaba. ¿Qué había de malo en fecundar a muchas mujeres? Nunca está de más esparcir por ahí el ADN, regar el mundo con pequeños paquetes derivados de uno mismo que tal vez no conocería jamás. Las “Operaciones Pulga”estaban a la orden del día y él era plenamente consciente de que habría una buena cantidad de bastardos suyos andando por ahí. No, la idea no le desagradaba demasiado, incluso aunque la fecundación no necesitara de intervención física, que era bajo su punto de vista el único factor interesante para la procreación.

Pero la clonación era otro asunto.

Aunque Border se empeñara en asegurarle que los cambios a los que someterían al cigoto producirían un ser humano diferente de él, totalmente distinguible de sus progenitores y que no sufriría el “síndrome clónico” o de “Medard”, no dejaba de ser espeluznante que apretando cuatro clavijas fueran a ponerle delante una versión mejorada de sí mismo.

“Y encima mujer…”

Tal vez no lo había entendido bien ¿Cómo iban a clonar a dos personas a la vez dando como resultado a una sola?

Le habían explicado el asunto muy por encima, deprisa, rodeado de canapés y con muchos invitados reclamando su atención. Ahora necesitaba más información.

Giró el pasillo a la derecha y entró en la primera estancia que encontró a su izquierda.

La sala era grande, con forma elíptica y plagada de ordenadores en el mostrador que se extendía a lo largo de toda la pared. Al fondo y frente a la entrada, un gran ventanal daba a una habitación que estaba a oscuras pero en la que se emitían algunas luces fosforescentes que se apagaban y encendían con lentitud casi relajante. Ya había estado en la sala de proyecciones un par de veces antes y sabía que aquello del fondo era el laboratorio donde se almacenaban y manipulaban las muestras. Y en el centro de la estancia, junto a un ordenador de atril, había una plataforma blanca iluminada, ligeramente elevada del resto sobre la que pendía de forma discreta el gran proyector en forma de huevo.

Salvo para juguetear con las proyecciones de ADN aquella sala no tenía demasiado interés para nadie que no fuese un científico genetista. Para él, descubrir con escepticismo y aversión que sus mayores problemas de salud consistirían en una posible piedra en el riñón a los setenta, inflamación de la próstata a los noventa y posibles fallos sistémicos variados a partir de los ciento diez, había sido determinante para que no volviera a acercarse por allí en sus casi treinta años de carrera. No le gustaban las malas noticias y verse a sí mismo con noventa años le había dado ganas de vomitar.

Y ahora estaba otra vez allí.

Cuando entró vio que Border se encontraba solo en la sala, y estaba tan enfrascado calibrando datos en el ordenador que tenía delante, que no se percató de que alguien más había entrado y se había situado a su espalda.

Buenos días.

La voz de Megía era grave, cadenciosa, con un ritmo elegante y cargado de suficiencia. Pese a la suavidad de su saludo, el hombre excesivamente delgado que estaba sentado ante la pantalla dio un brinco.

¡Joder Megía, qué susto! — dijo llevándose una mano al pecho.
Él le dedicó una risa con estilo.

Demasiado trabajar y poca diversión hacen de Border un tipo aburrido…

El científico le hizo un repaso de arriba abajo con sus ojos marrones ligeramente estrábicos tras las lentes y una mirada crítica cargada de acidez.

Y tú te diviertes demasiado. ¿A dónde vas tan repeinado y trajeado a las seis y media de la mañana?
No… no me lo digas — y se dio la vuelta para seguir trabajando —, aún no te has acostado ¿a que sí?

En relación los dos hombres no podían ser más diferentes; el uno estaba hecho un adonis mientras el otro, enclenque y demasiado envejecido para sus cuarenta años, vestía una camiseta de textura de algodón, unos vaqueros, una bata sucia y probablemente no se había afeitado en una semana su escasa barba rala… puede que ni se hubiera duchado en esa semana. Border hablaba deprisa, con pasión, como si no hubiera tiempo suficiente a lo largo de un día para poder decir todo lo que se le pasaba por la mente… y de hecho pensaba tan deprisa que no lo había.

Me he trajeado sólo para venir a verte… Eso debería alegrarte. – dijo Megía con sarcasmo.

A mí sólo me alegra tu esperma…

Pues eso me alegra a mí. — respondió con una sonrisa — La mayoría de las mujeres prefieren quitarme el traje antes que el semen.

Por mí como si vienes en chándal.

Megía se encogió de hombros.

Tampoco eres una mujer…

Teniendo en cuenta mi CI a veces ni siquiera me considero un ser humano…

Tienes demasiado alto el concepto de ti mismo. — dijo a sabiendas del alto ego intelectual de aquel hombre.

Mira quién fue a hablar.

Megía miró al científico de refilón, con suspicacia, pero no añadió nada más.

Ambos hombres eran inteligentes, “muy” inteligentes; pero cada uno a su manera, cada uno en su campo. La de Border era una inteligencia teórica, orientada al control de su propia mente y enfocada para conseguir objetivos sin tener que moverse del sillón. Megía, por el contrario, poseía una inteligencia dinámica y fluida que debía utilizar a contra reloj para resolver situaciones con las herramientas que pudiera tener inmediatamente a su alcance. Border era un maestro del cálculo y resolución de problemas lógicos, Megía usaba la nemotecnia, la mecánica y la retentiva visual para salir del paso.

Y entre ellos no se toleraban más que lo justo.

Había un tono de camaradería tenso, incómodo, el mismo que se profesan dos individuos que apenas se conocen, que no saben de qué hablar y que son conscientes de que no tienen nada en común salvo la situación laboral que momentáneamente les ha empujado a relacionarse.

Has estado en la convención de Lleida ¿no? – pregunto Border muy centrado en la pantalla proyectada.

Sí… — su tono era sombrío— últimamente hay demasiadas convenciones por la paz y demasiadas miradas agrias como para creer que sirven de algo. Son todos unos hipócritas.

El científico se encogió de hombros.

Así es la política.

Tras esto se prolongó un largo silencio en el que Megía se quedó detrás del científico tratando de descifrar los complicados parámetros que ajustaba en un programa u otro del ordenador que estaba manipulando. Pudo entender lo que estaba haciendo, su lógica, pero se vio incapaz de usar semejantes códigos de cifras y letras de manera que pudiera opinar si eran correctos o no los ajustes que hacía. Dio por sentado que él no podría hacer eso jamás... básicamente porque no le interesaba, no porque fuera incompetente.

Miró en derredor esperando encontrar alguna novedad con respecto a la última vez que había estado allí, pero no había nada significativo. Todo seguía igual que hacía treinta años y probablemente seguiría igual otros trescientos años más tarde. De todos modos para Megía observar su entorno de forma minuciosa era ya deformación profesional. Al final soltó una tosecita discreta.

Pensé que te vería allí.

¿En la convención? No gracias. Estoy de convenciones hasta las pelotas y además hoy era el gran día. Fecundamos los ovocitos ayer a primera hora de la tarde y tengo que hacer la manipulación ahora… Crucemos los dedos.

Sí, sí… — dijo quitándole importancia —. Tampoco he visto a Asia en la convención. ¿Está bien?

Bueno... En mi opinión creo que te evita.

¿A mí? — saltó algo ofendido — ¿Por qué iba a evitarme?

Básicamente porque va a tener un hijo tuyo y se va a llevar la peor parte. Ya sabes lo mucho que le gusta quedarse en casa — ironizó.

Megía no daba crédito a lo que oía. Procuró que no se notara su asombro aunque habría dado igual porque el científico no se molestaba en mirarle.

Eso es ridículo – contestó sin más —. Que vaya a reclamar a Noa, que fue idea suya.

Border sólo soltó un ligero gruñido.

En lo referente a Asia, Megía estaba totalmente convencido de que la imposición del embarazo era algún tipo de castigo por lo ocurrido con aquella mujer en la colonia central. Asia tenía un carácter demasiado independiente y no se la podía considerar un agente fácil de manejar... ni de fiar. En lugar de usar una madre de adopción como era habitual, el consejo había decidido, por mediación de Noa, que fuera Asía la que criara y educara a la criatura. Los términos del trato los conocía bien; o ella aceptaba el experimento o jamás podría volver a Madrí. Había sido Asia quien había ido desesperada hasta Megía para contarle la situación entre lloros y ataques de rabia ¿cómo era posible que ahora estuviera evitándole?

Además todavía no sabemos si va a funcionar ¿no? Podría fallar...

¡No digas eso! ¡Ni se te ocurra! — exclamó histérico el científico apartando la vista de la pantalla por primera vez. — ¿Tú sabes la cantidad de trabajo que tenemos aquí metido?

Bueno, bueno... — dijo él como si calmara a una yegua histérica – No te alteres ¿eh?

Mi padre estuvo trabajando en esto cincuenta años, ¡hasta que murió! Era su particular Mona Lisa. Siempre retocando, siempre arreglando pequeños detalles... No quiero ni pensar que algo salga mal ahora que estamos tan cerca.

Todos sabemos lo obsesionado que estaba tu padre en el Proyecto 72. ¿Y qué? — dijo encogiéndose de hombros – Es uno más. Después le seguirá el 73, y el 74...

Border se volvió en su silla giratoria y lo taladró con la mirada.

¿Sabes por qué se llevó a cabo el Programa de Evolución Humana? ¿Cuál era el objetivo, Megía?
Él se encogió de hombros.

¿Evolucionar al ser humano? — contestó con sonrisa sarcástica.

Exacto. Evolución y perfección. Crear el ser humano perfecto. – gesticulaba con las manos como si retocara una artesanía diminuta – Y justo después de inaugurar el programa llegó la Gran Pandemia. Todas las premisas, las ideas, quedaron a un lado y pasó a convertirse en un programa de supervivencia con base en la evolución. Los inmortales, los woltarocs, etc, etc... Mi padre fue uno de los pioneros en recuperar la esencia de lo que el HEP (siglas en inglés) era en origen.

Y bien agradecido que le estoy.

¿Tú eras del 71 o del 69?

Proyecto 71… —dijo entre dientes—  por favor, no me insultes.

Cuando el padre de Border, Adonai Border, empezó a trabajar en la recuperación del Programa, todavía no se había descifrado en su totalidad el genoma humano, esto es, la totalidad de los parámetros que definen cada célula del cuerpo de un ser humano. Y lo que era aún peor, aún no habían encontrado la forma adecuada de manipularlo. Durante la Pandemia se había perdido tanta información que cuando quisieron reiniciar los proyectos tuvieron que empezar casi desde cero.

El Proyecto 69 con el que comenzó el padre de Border era puramente experimental, y se centró en concretar las directrices que iban a seguir para llevar a cabo proyectos posteriores. Los llamados procedimientos “Collage” ideados por su equipo, que copiaban una fracción concreta del código genético ya conocido de un individuo X para modificar las características de otro y de paso recabar la información de dicha secuencia. Esto daba como resultado individuos que tenían los ojos de uno, las manos de otro, la capacidad cerebral de un tercero... Copiar y pegar.

Fue durante la creación de esos individuos del proyecto 69 que se dieron cuenta de la inestabilidad del cigoto para ser manipulado de una forma radical. El excesivo trabajo sobre las cadenas teloméricas creaba ciertas tensiones que daban lugar a mutaciones desagradables y enfermedades grabes a corto y largo plazo. En resumidas cuentas un excesivo trabajo sobre el pronúcleo de las células estropeaba el ADN, lo desgastaba y terminaba por mutarlo inesperadamente. Pero algunos individuos salieron bien... más o menos. Aunque Megía se inclinaba más a pensar que la insinuación de Border de que él pudiera pertenecer a dicho proyecto pretendía ser maliciosa.

Y aquí está el Proyecto 72, el culmen de todo ese trabajo, el proyecto final para el que se creó el HEP. ¡Cuatrocientos años después! Quién lo iba a decir ¿eh? — se sonrió con desgana – Algunos del equipo dicen que después de esto podremos colgar la bata y retirarnos... Idiotas. Con la de trabajo que queda por hacer.

Megía soltó otra tosecita de reprobación.

Por lo que sé seguimos con la problemática de la manipulación del núcleo.

A eso me refiero. Mientras no controlemos eso nos veremos obligados a seguir trabajando con individuos pares con una aproximación genética elevada para que el feto no desarrolle mutaciones.
La única forma que tenían los científicos de conseguir los resultados que buscaban en las manipulaciones genéticas sin arriesgarse a mutaciones drásticas, era trabajando con cadenas de ADN lo más parecidas posibles a dichos resultados, esto es; si pretendían tener a un hombre con multitud de aspectos concretos como por ejemplo los ojos color turquesa de un tono específico, o el pelo con un determinado grosor y tono castaño, entonces era conveniente que al menos uno de sus progenitores tuviera los ojos turquesa, o como mínimo de un color azul lo más cercano posible, y el pelo y el resto de sus características tres cuartos de lo mismo… Y eso era muy difícil y desmoralizante. Desde un punto de vista megalocientífico, le quitaba toda la gracia de jugar a ser Dios.

¿Y cómo pretendes hacerlo? – preguntó Megía con franco interés — Es decir, me alaga que me tengas en cuenta en la búsqueda del ser humano perfecto y todo eso, y Asia está de muy buen ver. Pero de ahí a la perfección... — Megía se sonrió con orgullo al darse cuenta de lo que Border estaba dando a entender al escogerle para aquel experimento ¿realmente era él el hombre perfecto, o como poco un ser cercano a la perfección? Palmeó el hombro de Border complacido – En fin, si tú lo dices.

La modestia no es tu fuerte ¿no? — dijo sin mirarle – Un treinta y seis por ciento.

¿Cómo? — preguntó sin entender.

Digo que distas de la perfección en un treinta y seis por ciento.

Megía se quedó contrariado, sin saber muy bien qué decir. ¿Un treinta y seis por ciento de qué?

Un treinta y seis por ciento basándote en qué. Con relación a qué.

Con relación al ser perfecto que mi padre creó. Si aislamos el genoma humano y nos quedamos con los diferenciales propios de la especie, entonces entre tú y el Proyecto 72 hay una  diferencia genética de un treinta y seis por ciento.

Megía quedó un momento pensativo, no demasiado contento con aquella estadística.

¿Tanto? — preguntó

Border suspiró armándose de paciencia y volvió a dejar el ordenador para mirarle.

Mi padre quería elaborar el ser humano perfecto y en su momento tuvo que escoger... ¿hombre o mujer? –se encogió de hombros— Ya sabemos lo que eligió. Dejando a un lado que su particular Mona Lisa es una mujer y que tú eres un hombre con tu cromosoma Y, vuestra diferencia genética en realidad no es tan grande. Entiende que el cromosoma sexual Y es más de un dos por ciento de la totalidad genética de un individuo, y eso después del desarrollo hace una gran diferencia.  — dijo suspirando y volviendo de nuevo al trabajo — Si piensas en lo mucho que se diferencian los hombres de las mujeres comprenderás de qué forma un dos por ciento de la anatomía puede cambiarte la vida.

Ya... — aceptó a regañadientes — ¿Y si hubiera hecho a un hombre cuál sería la diferencia?

¡Pues no lo sé, tío! – refunfuñó exasperado — Cuando lo hagamos dentro de cincuenta años ya te lo diré.

Megía quedó pensativo un momento antes de interrumpir de nuevo al científico.

¿Y Asía? ¿Cuánto se aproxima Asía a esa perfección tuya?

Algo más que tú. Entre el Eva 72 y ella creo que rondaban el setenta y ocho por ciento de conexión genética, punto arriba o abajo.

Eso es porque es una mujer... — dijo con despecho.

Seguro.

Pero ¿Por qué una mujer? — Border se echó a reír ante su frustración – Son peores soldados; sensibles, limitadas... Y la mayoría deja pronto las filas para criar hijos. No tiene mucho sentido ¿no?

Eso no es del todo cierto ¿sabes? — dijo aún con una pícara sonrisilla en los labios – Por sus características antropológicas están mejor preparadas que los hombres para la empatía, para resolver problemas, para percibir el peligro... El hombre es más fuerte, más rápido, más centrado... vale. Pero una mujer con determinadas propiedades, digamos que con ciertos atributos más relativos al género masculino, consigue mejor resultado que un hombre por muy perfeccionado que esté.

Sigo sin verlo claro...

Border chasqueó la lengua impaciente.

Modificar a un hombre para, digamos, femineizarlo, hacerle más sensible, más atento, más receptivo... da más problemas que otorgarle a una mujer un poco de fuerza bruta y reflejos. Los reflejos van impresos en la capacidad visual, en la recepción de estímulos, eso ya lo íbamos a cambiar de todos modos para conseguir una versión mejorada de ser humano ¿cierto?

Megía se encogió de hombros.

Supongo.

La fuerza bruta y la velocidad es fácil: hemos estado tratando la fertilidad de Asia y por extensión tu esperma con un nivel de influencia ocho.

¿Ocho? — se sorprendió abrumado.

Al final después de varios meses obtuvimos cuarenta y cuatro óvulos maduros. Sólo veintiuno de ellos y unos cuantos espermatozoides tuyos sobrevivieron a la criba. Si todo sale bien el resultado será tal vez de nivel siete alto, u ocho bajo con suerte, tal vez un ocho con dos... crucemos los dedos.

Me parece exagerado – murmuró algo contrariado.

Sí, eso digo yo. Porque ¡qué demonios! fuera del límite de influencia será una máquina, da igual un poco más o menos, a mí un nivel de seis con ocho me parecía más que suficiente. La exigencia del nivel ocho no hace más que dificultarme un poco más el trabajo que ya de por sí está bastante jodido.

¿Y has conseguido la fecundación a esos niveles?

Border resopló cansado, se reclinó en la silla y cambió de ventana dando unos toques en el holograma de la pantalla. Apareció un listado que para el científico parecía ser muy poco alentador...

Esta mañana lo he comprobado. A la fecundación sobrevivieron doce de los veintiún óvulos que teníamos; tres han muerto durante la noche y al menos estos dos – movió un poco su silla hacia la derecha y señaló una pantalla anexa, en ella aparecían las imágenes monitorizadas de nueve cigotos con sus pronúcleos fusionados bien definidos con contrastes —, estos dos de aquí — señaló —, el  N-1 y el N-5 no sobrevivirían a la manipulación aunque mi vida dependiera de ello.

Para Megía todos parecían iguales. Tal vez el N-1 fuera de un tono más claro que los otros, pero el N-5 no se diferenciaba demasiado del resto. Dado que los motivos de Border serían por niveles proteínicos y demás parámetros tediosos e incomprensibles se abstuvo de preguntar.

De cuarenta y cuatro te quedas con siete entonces.

De hecho voy a manipularlos todos. No pierdo nada por intentarlo. — se giró sonriente — ¡Ey! ¿quieres ver cómo sería tu hija sin la manipulación?

No estoy seguro la verdad...

¡Que sí hombre! — dijo volviendo al primer ordenador y toqueteando más programas – Una mezcla entre Asía y tú. Bueno, lo he procesado esta mañana a partir de la proyección de  ADN de uno de los huevos, estas cosas llevan su tiempo. La verdad es que tiene buen aspecto.

El científico se giró, Megía siguió su mirada y ahí estaba.

— ¡Voila!

Desde el proyector redondeado que había en el centro de la estancia surgía un haz de luz casi imperceptible y bajo él, flotando en el aire, un bebé de unos seis meses estaba sentado estático, proyectado con tal nitidez que parecía real pese a su inmovilidad.

Un bebé bonito y rechoncho. — comentó Megía desencantado.

¿Quieres verla de adulta, con quince años por ejemplo?
Se encogió de hombros indiferente.

Tu mismo.

Después de algunos ajustes más la imagen cambió. El resultado era una mujer desnuda de entre unos quince y veinte años, el pelo muy oscuro, la cara bonita y ovalada, los ojos marrones, el pecho grande, un pubis con un sensual triángulo de pelo negro... Se sintió algo incómodo.

Tiene los ojos marrones... — dijo sin acercarse demasiado — se parece más a Asia que a mí.

Border se encogió de hombros.

Tiene los ojos marrones, sí ¿y qué? También tiene muchas cosas tuyas. El pelo por ejemplo es más similar al tuyo, la forma de los ojos, la piel... Esta criatura sería un cincuenta por ciento tú, un cincuenta por ciento Asia... ¡Aproximadamente claro! Lo jodido será cuando queramos quitarle todo lo que no nos gusta y poner todo lo que le gustaba a mi padre. ¿Puedo serte sincero? Con respecto a lo que me has preguntado antes sobre por qué mi padre eligió hacer a una mujer en lugar de a un hombre… yo siempre he sido de la opinión de que era porque le entusiasmaba más la idea de trabajar a diario sobre el cuerpo de una mujer desnuda. Las ventajas físico-psicológicas eran pura farfolla.

Ya me parecía a mí... – sonrió — oye, ¿y el resultado?

¿Cómo? — preguntó el científico sin entender.

Lo que hizo tu padre... su gran trabajo – dijo en tono burlón —. ¿Cómo quedará esa hija mía después de que le pongas tus zarpazas encima?

¿Quieres verlo? — preguntó entusiasmado, como un niño que enseñase una manualidad a sus padres –. La verdad es que hasta ahora era secreto para los profanos pero ¡qué demonios!
Se giró de nuevo y se puso a trastear en el ordenador.

Mi padre se pasó desde los veintisiete hasta los ochenta y cinco años modificándola desde cero. Es decir... desde cero no. Cogió a una muchacha que le parecía muy guapa y empezó a cambiarla poquito a poco ¿sabes? Parámetro a parámetro, sección por sección... Se basó en las medidas de Vitruvio, el número aureo, igual que hizo Leonardo.

El hombre de Vitruvio.

¡Hizo la mujer de Vitruvio! — exclamó riendo como un loco — Y con las limitaciones que la máquina tenía aún en aquella época. ¡Por Dios qué tesón! ¡Qué arte!

Megía lo miró de soslayo creyendo que aquella reacción era harto exagerada, digna de un hombre ególatra sin demasiada vida social.

Antiguamente las máquinas que se utilizaban, y el insuficiente conocimiento sobre el amplio código del genoma humano, hacía que las manipulaciones genéticas fueran muy superficiales, limitándose exclusivamente a parámetros conocidos como el color de los ojos, los tonos de piel o determinados aspectos de los órganos y las estructuras cerebrales. Básicamente, los científicos tenían que trabajar con los datos que habían obtenido de otros individuos y que habían podido contrastar a base de manipulaciones de prueba y ensayo... Aunque la eficacia de los experimentos no podía cotejarse hasta pasados varios años, cuando el cigoto manipulado había dado como resultado a un ser humano ya formado y los posibles errores ya no tenían arreglo. Un cruel experimento basado en el azar. Puro azar. Aunque había que admitir que los inmortales para esto fueron una gran ayuda.

Fue el abuelo de Border, el Border original, quien se atrevió a proponer una serie de mejoras en los sistemas de tratamiento informático para poder crear un superordenador capaz, no sólo de desentrañar todos los aspectos desconocidos del rebelde genoma, sino también de prever, con una aproximación asombrosa, la evolución de los sujetos a partir de la información genética, esto es, el desarrollo completo del ser humano desde su concepción hasta el momento probable de su muerte.

Lo que hizo luego su hijo, Adonai Border, fue perfeccionar aún más este sistema, identificando uno por uno los diferentes patrones del intrincado código genético y facilitando la labor de retoque a través de un proyector holográfico de gran contraste que permitiera ver en tiempo real el resultado de dicha manipulación.

Ahí está... — dijo entusiasmado – Te presento a Nahia.

Megía, que había dejado de mirar a su posible hija desnuda por pudor, se volvió de nuevo hacia el proyector.

Vaya.

Era automático en él. En cuanto algo le alteraba demasiado su contención saltaba como un resorte. Un mecanismo de defensa que había llegado a controlar tras años de entrenamiento. No alzaba la voz, no movía un músculo... Nadie debía leer los pensamientos que pudieran traslucir sus gestos. Pero aquello era…

Es... — cogió aire muy despacio – Impresionante.

Se acercó despacio aunque aquella proyección le atrajera como un imán y se quedó mirándola, muy serio aunque fascinado.

¿Te gusta? — preguntó el artista esperando el reconocimiento de su obra.

Sí... y mira que he visto chicas guapas. Pero esta es... – arrugó el gesto — ¿rara?

¡¿Rara?! — Border se echó a reír – Sí, podría ser... todo el mundo lo dice. Es la chica más rara que verás en toda tu vida. Todo en ella podría considerarse raro; lo que se ve y lo que no se ve.

Sí, y supongo que a esta le habéis quitado el pelo del pubis para verle lo que no se ve.
Border rió de nuevo. Estaba muy animado.

Mi padre opinaba que el bello del cuerpo era un defecto homínido que la evolución debería corregir… y de paso yo también lo creo. La única utilidad que tenía antiguamente era como sistema de conservación del calor y la humedad, y ya no hace ninguna falta porque desde hace miles de años los seres humanos nos vestimos con ropa, e incluso a llegado a un punto en que nos lo quitamos porque nos parece antiestético.

Ya... y supongo que a esta se lo habéis quitado por su falta de estética ¿no?

Y porque es inútil. El único pelo que le hemos conservado es el de las cejas y la cabeza... el pelo más negro que podrás encontrar jamás. Es fuerte, resistente, flexible y en abundancia.

Y las pestañas que por lo que veo también tiene en abundancia. — dijo acercándose un poco más.

Sí. — Border volvió a reír risueño – Tiene bastantes pestañas, casi el doble de lo normal. A mi padre siempre le gustaron los ojos de las muñecas con esos ojos grandes y las pestañas largas y rizadas. Quisimos darle ese aspecto de pestañas postizas muy densas.
Megía no podía dejar de mirarla, su belleza era tan hipnótica que cuando quería apartar la vista le costaba trabajo hacerlo.

Es tan... — no encontraba la palabra. Por un lado le habría gustado encontrarse a alguien así, ver a una persona viva hablar y moverse, hacer a ese espectro real ¿amarla tal vez? Pero por otro lado le parecía una barbaridad, una aberración más de la genética, antinatural y forzada, un engendro... con buen aspecto, sí, bellísima y terrible, pero no dejaba de dar miedo.

Tan perfecta ¿verdad? — sonrió Border complacido.

Artificial, más bien.

El científico no le rebatió pues era obvio que lo que decía era cierto. Parecía un ser real, de carne y hueso, y a un tiempo estaba tan lejos de la realidad de una mujer corriente, de cualquier mujer por muy bonita que fuese, que de pronto todo aquello se le antojaba una locura.

¿Estás seguro de que queréis hacer esto? – dijo con la garganta seca.
La sonrisa de Border pasó de ser orgullosa a ser comprensiva.

Todo el mundo tiene esa reacción, créeme. En el equipo ya ha habido varias broncas sobre el tema. Algunos creen que es tan bonita que puede ser incluso perjudicial, y me vienen con moralinas que… ¡puffff!! ¡A Raquel a veces la estrangularía!  – se le ensombreció la cara y apretó los dientes recordando alguna discusión pasada – La aguanto porque es buena profesional pero es tan joven y sensiblera... y eso que a estas alturas ya no hay mucho más que decir, pero ella sigue erre que erre.... ¿Por qué crees que no tengo ayudantes hoy? Los he mandado a todos a freír monas. No quiero que hoy nadie me estropee el gran día y menos con ataques de pudor después de todas las barbaridades que los genetistas llevamos siglos haciendo. Me parece de una hipocresía asqueante.

Megía entonces se volvió a mirarle muy serio. Tenía la necesidad de entender si la tenacidad de aquel hombre era por falta de escrúpulos o por fanfarronería, y no le sorprendió leer en su sonrisa que era por la primera. Aquel hombre era un megalómano sin remedio. En cierto modo no podía reprocharle nada que no debiera reprocharse a sí mismo. Ambos amaban su trabajo, eran profesionales en su campo; si Megía debía matar a alguien no se despeinaba por ello… hasta lo disfrutaba. Y si Border debía jugar a ser dios y para ello tenía que destrozar la vida de un ser no nato pues…

Si me lo preguntas a mí, siempre te diré que adelante. Pero aún así, que finalicemos el proyecto 72 no depende de mí. Eso es cosa del consejo.

No te estaba juzgando.
Border se dio media vuelta y volvió al ordenador para seguir trabajando.

Sí que lo hacías —  contestó —. Pero no me importa. El mayor problema de la humanidad es no admitir nuestros monstruos internos y a mí desde luego no me verás acomplejado por ello. No tengo ningún problema en aceptar que soy más Hyde que Jeckyll.

Megía sintió un ligero retortijón porque de pronto aquello que acababa de decir hizo que el científico le cayera bien y no entendía por qué. ¿Tal vez porque siempre había sido incapaz de aceptar el monstruo que había dentro de él y aquella afirmación le había quitado un peso de encima?

¿Cómo la habías llamado antes? – dijo decidido a cambiar de tema.

¿A quién?

Al proyecto.

¡Ah! Nahia. Es un vocablo de una antigua lengua íbera. Significa “deseo”.

A Megía le dio un inexplicable escalofrío.

Muy apropiado.

Sí ¿verdad? — dijo el científico sin prestarle mucha atención —  Bueno, — se reclinó en la silla —  ha llegado el gran momento. Cuando pulse este botón — dijo levantando el índice de la mano derecha — empezará el proceso de manipulación…

Un pequeño toque de dedo para un hombre, un gran paso para…

En realidad esto empezó hace setenta años — le cortó — y ya se han dado los pasos más importantes. Pero esto es importante para mí, esto hace que me sienta totalmente integrado en el proyecto, un eslabón más en la cadena del ciclo de esta nueva vida…

El científico suspiró y en el aire de la sala se pudo respirar una tensión mística y trascendental que podía cortarse con un cuchillo.

Megía meditó un instante y le espetó:

De la vida de un monstruo.

Sí. — dijo con una amplia sonrisa tensa de satisfacción.

Bajó el dedo y apretó el botón.

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